jueves, 15 de enero de 2009

Paco Girón, al Cielo por la Puerta Grande


En esta mañana fría de invierno nos levantábamos con la noticia del fallecimiento del padre Girón. Conocíamos ya el deterioro de su salud, pero personas de su talla siempre nos cuesta creer que deban acudir a la casa del Padre.

“La alegría mayor que ha ido conformando mi vida ha sido mi encuentro con Él” relataba en su libro Lo que mis ojos han visto, por lo que estamos seguros de que nos regañaría si dejamos entrever nuestra tristeza por tan irreparable pérdida.

Francisco Girón Fernández nació en Sevilla en 1923, licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, abandonó la abogacía para ordenarse como sacerdote en 1963, ocupándose de la dirección espiritual del Seminario de Huelva hasta 1975. Desde sus inicios en una parroquia obrera, Francisco Girón demostró un hondo compromiso social con los colectivos más desfavorecidos.

Pero su popularidad no se circunscribía a la ciudad de Huelva, si por algo era conocido el Padre Girón era por ser hijo ilustre de la preciosa villa serrana de Higuera de la Sierra, en la que llevaba cerca de cuarenta años organizando un festival taurino para recaudar fondos para algunas de sus grandes obras: la Cabalgata de Reyes Magos y la residencia de ancianos, hoy Hogar Virgen del Prado.

Conocí al padre Girón a principios de los años 90, mi amistad con el Maestro Litri y Pedro Macías me hicieron colaborar en el tradicional festival taurino. Un auténtico privilegio que me permitió disfrutar de la santidad que irradiaba este cura, “chaparrito de cuerpo y grande de alma” como lo denominaría el inolvidable Manolo Ramírez. Era puro nervio, como pueden atestiguar los que le conocieron, pero era un nervio incansable por hacer el bien y ayudar a los más débiles.

Se me vienen a la memoria multitud de anécdotas, divertidísimas algunas, como los apuros que pasaba a veces por su temeridad en alguna capea o festival. O como el año en que los diestros lo sacaron a hombros al terminar el festival (pese a su resistencia). O cuando te lo encontrabas vestido de pastor, adorando al Niño, siguiendo la carroza del Nacimiento en "su" Cabalgata.

Aunque los mejores recuerdos que guardo son de la tarde del festival, a eso de las cinco de la tarde, como la famosa elegía, cuando su casa era un hervidero de toreros, ganaderos, taurinos, amigos y familiares. Inconfundible olor a nardos el que rebozaba el comedor, y allá que cogía los trastos el padre Girón y oficiaba una entrañable Eucaristía. Año tras año, de las misas más bonitas que recuerdo. Todos participábamos en una celebración en la que se sucedían los comentarios y las referencias a la Fiesta que tanto contribuyó a los sueños de este serrano.

Allí estaba el padre Leonardo, Don Luis Algarra, Manolo Ramírez,..., y muchos otros que lamentamos profundamente que momentos mágicos como esos no se puedan repetir.

Descanse en Paz.

A continuación reproduzco el sabroso artículo de Manolo Ramírez publicado en Abc de Sevilla el 3 de agosto de 2001 que relata con mayor belleza lo que yo modestamente he intentado describir:

Higuera de la Sierra y el padre Girón

Lleva treinta y tres años seguidos organizando un festival taurino para que en su pueblo, Higuera de la Sierra, no falten dineros para la residencia de ancianos y para la Cabalgata de Reyes Magos que causa asombro cada cinco de enero y no tiene que envidiar a ninguna otra. Es el padre Girón, don Francisco Girón, chaparrito de cuerpo y grande de alma, puro nervio a la hora de darse a los demás y ese tipo de cura de los que hacen afición, de los que se llevan a la gente en el pico porque desde lejos se les ve la bondad, el optimismo, el dinamismo y esa aceleración en todo lo que hace que despierta al más dormido y encarrila al más descarrilado, de los que no ceja hasta conseguir el beneficio para los suyos, el pueblo entero, ni un minuto de su tiempo, de los que conoce a todo el mundo porque es una gloria conocerle a él.

Es el día del festival uno de los más importantes del año en ese pueblito blanco como la nieve, merengue de casas como contrapunto del verdor de su sierra que muestra, en sus calles, las cales en las que reverberan las luces del lorenzo y las sombras serranas que apaciguan las calores del levante y por las que no parece que pase el tiempo pues, en el frescor de sus patios, en las penumbras de sus zaguanes con marco de cancelas de fragua y empaque de siglos más parece que el propio tiempo se detiene para cobijarse en sus entrañas.

Ese día, el de los toros, la tranquilidad de sus calles se vuelve ruido y ajetreo. Furgonetas o monovolúmenes de cuadrillas toreras -ya no quedan hispanosuizas ni rollsroyces con búcaros en la baca junto a los esportones y transportines para ampliar el número de sus asientos ni cadillacs relucientes capaces de llevar dentro al matador, los banderilleros, los picadores, el mozoespá, el ayuda y el apoderado-, chavales cazaautógrafos de las figuras, goteo de aficionados que van llegando, desde los más diversos lugares, que llevan ya muchos años llegándose por allí en este mes de tantas calores y, en medio de este trajinar, el cura Girón yendo de la taquilla a la plaza, de la plaza al salón donde Miguel Báez, Litri padre, está bordando una paella y, de allí a su casa, la casa del cura, donde, a las cinco y pico de la tarde, casi cuando la música ya está afinando sus instrumentos para ir hasta la plaza desde las puertas de la preciosa Iglesia Parroquial, se celebra la misa.

Hasta en esto es distinto este cura Girón. La ceremonia se hace en el salón comedor de su casa, cocina al fondo, mediopunto con cristalería de colores como cenefa -rojos y verdes, reflejos coloniales y murmullo de mecedora y pericón- en el portón que da al patio, entreabierto para que corra corriente haciendo hilo la embestida del viento al arrancarse desde el zaguán, don Francisco va colocando los avíos de la ceremonia mientras, en habitaciones contiguas, algunos de los toreros o cuadrillas enteras van vistiéndose y, en torno a la mesa convertida en altar, comienza una de las misas más maravillosas que puedan escucharse.

Si la misa es un diálogo con Dios, el celebrante, don Francisco, lo abre en tertulia para hacer partícipe a todos los que tenemos la dicha de escucharla. Las lecturas, los salmos, las preces, hasta el momento solemne de la consagración del Cuerpo y la Sangre de Cristo se ven adobados por comentarios, meditaciones improvisadas que cautivan para que el respeto y el silencio se entremezclen con algarabía de chavalillos y emoción de los mayores.

Allí se recuerdan a los toreros que fueron y que ya no están con nosotros, a ganaderos que ayudaron mucho y tampoco están y a los que van a torear esa misma tarde y a los que el padre Girón, alguacilillo de lujo, les entrega las dos orejas y el rabo de la solidaridad.

2 comentarios:

Raúl Delgado dijo...

Hola. me gusta tu blog, he puesto un enlace en el mío. GRACIAS.

Unknown dijo...

Dicen que el Padre Girón fue un gran tipo qu hizo mucho bien. En un mundo gobernado por políticos descerebrados y pancistas,vidas como la suya merecen una reflexión.Descanse en paz.